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Modesta, Yovana y a otras chaqueñas, con su labor escriben una historia sobre la fuerza femenina que impulsa una economía sostenible y la conservación del bosque. Sus manos aprovechan la generosidad del bosque para transformar sus frutos en alimentos como harina y café de algarrobo, miel y queso, generando ingresos que fortalecen sus familias y comunidades.

Modesta Aguirre prepara un mate

El sol aún no despuntaba en el horizonte chaqueño cuando la jornada de Modesta Aguirre comenzaba. A sus 73 años, sus manos curtidas y una mirada serena es testimonio vivo de la laboriosa vida de la mujer del Chaco tarijeño, marcada por el ritmo de la naturaleza, el cuidado de los animales y un profundo vínculo con la tierra. Quizá, nadie como ella conoce tanto cada secreto del monte, ese que introduce a un mundo donde el trabajo femenino no solo sostiene a la familia, sino que también se erige como un pilar fundamental para la conservación del valioso ecosistema que aún se guarda en el último rincón de Bolivia, allá, en plena frontera con el Paraguay.  

Giovanna Garnica muestra el queso elaborado con su madre

«La vida de la mujer chaqueña es muy triste, trabajosa», confiesa Modesta sentada bajo la sombra de un frondoso algarrobo y el patio de tierra recién barrido. Aquí en la comunidad Cañada Bolívar, su labor inicia antes del amanecer, para ser exactos, a las cuatro y media de la mañana. Un mate de yerba entibia su cuerpo como una antesala a las tareas que aguardan. Su hija Yovana la acompaña y es la que ahora se encarga de lo que por tantos años le enseñó su madre; primero, el encierro de las vacas, el alimento para las gallinas y la visita al corral. Luego, la laboriosa alquimia de transformar la leche en queso.

Los secretos

Si algo les caracteriza a Modesta y su hija, es la paciencia. Tampoco se guardan nada en secreto, por lo que describen cada paso: extraer la leche, agregar el cuajo, el batido del producto, dejar reposar, el escurrido manual, el corte y al molde. «Se amarra en trapo, se lo cuelga para que se escurra una o dos veces y, a la tercera vez, se lo descuelga del gancho, se pica en cuadritos, se le agrega sal… y ahí termina todo. Al otro día usted lo saca del molde y está listo para comer”, se complementan ambas al relatar el proceso.

La experticia de estas mujeres no se limita solo a la elaboración de ese producto, que se trasmitió de generación en generación. También elaboran dulce de leche, otra tradición familiar que Modesta aprendió a los 22 años. «El dulce es muy celoso», advierte, revelando más secretos: como colocar tres piedritas en la olla para evitar que la leche se pegue y una pizca de bicarbonato para que no se cuaje. Seis horas de constante batido sobre el fuego de leña, preferentemente de quebracho para mantener la temperatura, transforman la leche en un manjar acaramelado, saborizado y teñido de color marrón por la canela.

El recuerdo sigue intacto sobre su infancia ligada al corral; primero acompañando a su padre, hermanos, y años más tarde a su esposo, Omar Garnica, un hombre delgado de estatura mediana. «Quizás yo ganándole a mi marido en ir al corral. Toda mi vida ha sido esa. Luego barrer la casa y poner la olla para cocinar», relata mientras Yovana se alista para desaprensar el queso que habían elaborado el día anterior.

Empezar de cero

Su historia personal está intrínsecamente ligada a la tierra chaqueña. Nació en un lugar denominado Los Valdes, cerca de la triple frontera entre Bolivia, Argentina y Paraguay, y llegó a San Miguel en 1985, el nombre que ella misma le dio a su predio en la comunidad Cañada Bolívar, en honor a un santo que Modesta dice ser milagroso. Recuerda los tiempos difíciles, la escasez de agua que obligaba a evacuar animales y familias enteras. «Aquí se nos secaba el agua en el mes de mayo. Este tiempo teníamos que evacuar con las gallinas, con las chivitas, todo allá al otro lado». Fueron años de caminar hasta ocho kilómetros para conseguir agua, hasta que lograron cavar una cañada que alivió la sed.

Hoy, un pozo profundo de 100 metros asegura el recurso hídrico, transformando la vida en San Miguel. La relación con el monte también evolucionó. Alimentan su ganado bajo el monte, rotando a sus animales de una zona a otra, así permitir que el bosque pueda regenerarse. No necesitan deforestar.

Este manejo rotativo del ganado criollo, Modesta lo defendió con convicción por años frente a la introducción de razas foráneas, demostrando un conocimiento ancestral del equilibrio entre producción y conservación.

La observación de la naturaleza parece una constante en la vida de esta chaqueña. Un trinar de aves interrumpieron la conversación e inmediatamente ella explicó que éstas llegan al bosque en busca de refugio y alimento, algo que para los ambientalistas es un indicador de la salud del ecosistema. Recuerda también que fue la artífice de plantar cinco algarrobos en su casa para generar sombra. «Aquí les he trasplantado, miren, porque de esa manera tengo la sombra». Su acción, aparentemente sencilla, revela su comprensión de la importancia de los árboles nativos para el bienestar de los animales y del paisaje.

Esta mujer no se limita a las tareas domésticas y el cuidado de los animales, tiene una multifacética labor. «Mi hija mismo me dice, usted más tira a trabajo de hombre que de mujer. Pero me gusta. Me gusta enlazar, sé capar, sé señalar», comenta con una voz pausada, Si bien no tuvo la oportunidad de terminar sus estudios, valora mucho el aprendizaje práctico y demuestra una inteligencia intuitiva en el manejo del campo y los números.

Como toda persona, también tiene preocupaciones.  Algo que de vez en cuando la sumerge en melancolía, son los cambios en la vida de los jóvenes, quienes cada vez están menos dispuestos a las duras faenas del monte. Ella, a pesar de su edad y achaques, encuentra felicidad en su hogar, rodeada de la tranquilidad del campo. Sus tres hijos, aunque independientes, siempre encuentran tiempo para visitarla y ayudarla, a excepción de una, que se fue a España hace más de 20 años.

El legado

Modesta, Yovana y a otras chaqueñas, con su labor escriben una historia sobre la fuerza femenina que impulsa una economía sostenible y de protección del bosque. Sus manos aprovechan la generosidad del bosque para transformar sus frutos en alimentos como harina y café de algarrobo, miel y queso, generando ingresos que fortalecen sus familias y comunidades. Un auténtico liderazgo en el Chaco, donde demuestran que es posible una convergencia entre producción y conservación.

Esta labor, quizá antes discreta, ahora se expande con el enfoque del modelo Paisaje Productivo Protegido (PPP Bolivia), que también ha introducido, por primera vez en esta zona del Chaco, la producción de miel, generándoles una alternativa económica y una razón más para conservar el bosque.

Esto lo sabe bien Yovana, quien ya realizó dos cosechas miel y a su emprendimiento le puso el nombre de Reina de Oro. Pero también fue testigo de cómo su bosque empezó a florecer gracias a la polinización de las abejas. Es precisamente este tipo de iniciativas las que apoyan organizaciones como PROMETA y la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC) con el apoyo de la Cooperación Sueca y la Unión Europea, quienes, mediante el PPP, buscan fortalecer la gestión sostenible de los predios, donde las áreas de producción se integran armónicamente con la conservación del bosque nativo.

Testimonios inspiradores de resiliencia, conocimiento ancestral y un profundo amor por la tierra, es lo que trasmiten mujeres como Modesta Aguirre, su hija y otras chaqueñas. Así, en este último rincón del país, el motor económico y la conservación de los bosques, tienen rostro de mujer.

Bosque Chaqueño